martes, 16 de octubre de 2012

Leer es vivir y comparar.

"Todo acto de recepción de una forma dotada de significado, en el lenguaje, en el arte o en la música, es comparativo. El conocimiento es reconocimiento..." (George Steiner).
 
Por un azar que en ocasiones nadie busca comprender, los textos literarios confabulan para ser uno solo. Un ejemplo es Juan Manuel, el personaje de Gonzalo Celorio en Y tiemble en sus centros la tierra, quien recorre una ciudad con una nube etílica en los ojos, doblegando el recuerdo a la realidad, y sometiendo el presente con el anhelo del pasado, tal como Sergio Pitol describe en "Todo es todas las cosas" -El arte de la fuga-, su experiencia de conocer Venecia por primera vez bajo los efectos de la ceguera al extraviar sus lentes. Hay una visión común y velada de enfrentarse al mundo en ambos autores, a través de la ficción o la anecdota, pero la hay.
 
Otra relación inevitable que viene a mí es la de Robert Walser en Enrique Vila-Matas. Cada autor se apodera de distintas expresiones artísticas de tal manera, que no sabemos, como en este caso -siendo la literatura capaza de violar tiempos y espacios-, si el paseante enloquecido terminrá siendo el escritor español bajo la pluma de Walser.
 
 
De alguna manera, todo acto, todo gesto, toda expresión humana remite a las imágenes que ya nuestra memoria posee y por ello reconoce. El hombre expande sus conocimientos en la medida que se expone al mundo, donde sus sentidos puedan proyectar un estado, una manera de ser y de ocupar el lugar que habita; donde esa manera sea una marea que se influencia, modifica, enriquece o desmejora gracias al contacto con los otros. Así, el arte se expone y se difumina en la medida que los creadores convergen y sus obras se rozan. Así lo escribe Pitol:
 
"Uno, me aventuro, es los libros que ha leído, la pintura que ha visto, la música escuchada y olvidada, las calles recorridas. Uno es su niñez, su familia, unos cuantos amigos, algunos amores, bastantes fastidios. Uno está conformado por tiempos, aficiones y credos diferentes".
 

La expresión artística no sólo supone un estado de ánimo, el conocimiento de una técnica y la necesidad de expresión; contiene también esa manera de ser, ver y vivir en el mundo que he mencionado. En ese sentido cada obra creada está cargada de significado, y simboliza una forma particular de ocupar y recrear el universo tanto exterior como interiormente. Por eso cuando por fín somos capaces de reconocer a un autor en otro, una pincelada en el cuadro de otro, el conocimiento inicial se vuelve reconocimiento. Y es necesario que sea reconocimiento porque no es suficiente leer una novela para poder definir a la novela; no son suficientes los cuadros de Rubens para explicar la pintura en general; no es suficiente La venus de Milo para conceptualizar la escultura..., sin embargo cada expresión  es un universo significativo y capaz de definir una manera de ser y hacer arte. Ser uno, ser el otro, ser nadie o ser Sergio Pitol:
 
"¡Soy mi abuelo y quienes serán mis nietos! ¡Soy la vasta piedra que cimenta estas maravillas y también soy sus cúpulas y estípites! ¡Soy un mancebo y un caballo y un trozo de bronce que representa un caballo! ¡Todo es todas las cosas! y sólo Venecia, con su absoluta individualidad, iba a revelarle ese secreto!".
 

Peter Paul Rubens/Leda con cisne (1599)

martes, 9 de octubre de 2012

Otr-a-edad


Hay edades que no pasan;

que las distancias no quiebran

como a la vida quiebran.

Momentos en los que nunca envejecemos.

Se inmortaliza el rostro, la mirada, el andar.

 
Hombres aferrados al recuerdo,

al ayer, a lo imperfecto...

Para no ceder a la distancia

que es olvido,

que no es memoria

dibujándose de ausencias

para acercarse a la nada.

viernes, 5 de octubre de 2012

Habitantes y habitados.


“A veces las cosas más tontas nos complican la vida”.
    
El inquilino. Javier Cercas (1962). Edit. Acantilado. Barcelona. 2005


¿Son las alucinaciones pequeños detalles?

¿Es la abstracción un detalle pequeño?

¿Es el temor a la existencia o el despojo un pequeño detalle?

El inquilino supone el cuestionamiento del Ser. La convicción del futuro desde el presente que transcurre, pero no como un vano ejercicio de autoayuda, sino por la inevitable desconfianza de lo que somos y podemos ser desde nosotros hacia el entorno.

Cómo somos ciudades y a la vez pertenecemos a éstas.

El inquilino es el temblor ante el fracaso; fracaso inducido por la soledad, el desgane.

Mario, el protagonista de El inquilino, se ha detenido y sumido en el torbellino de un viaje que supuso dejarlo todo y saberse otro, a pesar del entorno inmutable que lo rodea.  

“Sólo en mi semejante me trasciendo” –Octavio.Paz-

El lenguaje de Javier Cercas es sencillo, pero no puede ser simple, justamente porque está atado a lo humano. Sus narraciones son como días: no breves, no extensos; tal como los días.

Esta novela, evidentemente, no es un diario. Es como una doble voz; una de tono omnisciente/omnipresente, otra con el acento de la cotidianidad. La que vive y se comunica con su entorno.

Es necesario un conflicto. La llaneza de la vida de Mario lo conduce a la necesidad de crearse un ¿Mario y yo?, cual ¿Borges y yo? Donde uno sea quien muestra un rostro, un oficio, una vida… Y otro que apenas es una sombra, pero que no puede desertar. Necesita, en algún momento, reflejarse, surgir, responder, incluso saberse uno más, triplicarse, idealizarse: exorcizarse.

En ocasiones, el humano necesita salir de sí para habitarse.

 
 
 
 
A propósito de la lectura:
“Ciegamente reclama duración el alma arbitraria

Cuando la tiene asegurada en vidas ajenas,

Cuando tú mismo eres el reflejo y la réplica

De quienes no alcanzaron tu tiempo

Y otros serán (y son) tu inmortalidad en la tierra”.

Jorge Luis Borges

Inscripción en cualquier sepulcro.

martes, 2 de octubre de 2012

Desflorecida Venecia.


"Era más que una simple quietud: era como si dos criaturas encantadas simularan morir".
Henry James-Los papeles de Aspern.

No crecen flores en pantanos, ni bajo los puentes, ni dentro de las góndolas que no llevaron a Aschenbach tras el rostro de Tadzio. No hay tallos verdes en la escamosa piel de la Bordereau. No es posible que Aspern lleve un par de flores en sus cuencas. Tampoco es posible que Ligeia lleve flores a Rowena. No hay flor primaveral en los suelos de la Venecia de Mann, tampoco en la de James. Las flores tienen aroma de descenso, humedad y ausencia. El cuerpo busca la tierra para entonces desflorarse en ella.
“Gris y Rosa”: dos rostros impuestos a la humanidad, el rosa de los primeros años; el gris del declive. El rosa de la intimidación, la sugerencia pírrica de la obsesión. El gris del letargo, la ensoñación, el vagar de un cuerpo a flote.
 
Gris y Rosa de jardín y crepúsculo. Gris y Rosa de la voluntad. Ligeia aboga por la permanencia, el no-olvido, la necesidad inminente de penetrar la temblorosa malla de la vida de Rowena, que oculta el velo gris de su silencio. Lady Bordereau sostiene el secreto, la existencia de un pasado remoto y compartido, verosímil e inverosímil. Papel y tinta como símbolos de la vida, vida que sólo se sostiene con la permanencia del otro. El beso rosa que pervive en la existencia de un par de labios; beso gris que pervive en la nostalgia de la memoria; beso gris y roza en la ceniza del desaparecido. Ligeia no se ausenta, porque el otro no se ausenta. Bordereau no se ausenta, porque los testigos han prescindido de ojos y voz.
La permanencia del secreto, la omisión de lo íntimo, todo cuanto contiene al yo, imita la imponencia y silencio de las scagliolas. La complicidad del crítico con las flores es la misma complicidad de Ligeia con la muerte, y la misma de Aschenbach con la contemplación. La existencia del hombre ronda los pliegues de la muerte en la medida que contempla la manera de ser de los otros, en la medida que su silencio se torna indispensable para sí, en la medida que lo “vivo” surge del entorno, de lo externo; la motivación reside en que el individuo no imponga su vida, sino que la vida se imponga en el individuo.

lunes, 10 de septiembre de 2012

La imagen ante la imaginación.


Anteojos sin ojos.

El mensaje que se ofrece y da avisos de su existencia reposa entre solapas varias. Pero apenas son asomos, para que se imponga es necesario, como refiere Sergio Pitol, que se adhiera al ser, que transgreda la vista, que dilate los sentidos y que sean estos últimos víctimas de un estímulo total, vital. He ahí el mensaje que sólo busca adherirse al hombre tras la asimilación del ser. Una manera de tocarse y hacerse consciente de la existencia de algo que va más allá de la materia.

Por otro lado está el mensaje autoritario y poco sensitivo, ese que oprime la vista y el audio. Es un mensaje que no transgrede los sentidos, se apodera de dos, mutila espacios para la sugerencia, imaginación, deducción, supuestos, connotación. La imagen como “ente”, cargado de realidad y si es posible “tangibilidad”, ésta como la condición de los objetos incapaces de simbolizar.

                                                                       ***

El humano, en su deseo infinito por desvalorizar y no revalorizar, destituye del reino de la comunicación al libro. ¿Ha sido parte de la comunicación alguna vez o sólo ha logrado transcender en un par de manos escribanas? Quizás haya abandonado su utilidad para volcarse en las no delimitaciones del lenguaje.

De repente me hago consciente de mi entorno, miro las vallas y advierto que la imagen del libro es ausente, que el verbo “leer” es un arcaísmo. Los rostros, en cambio, los cuerpos, los artefactos y multitud de sinónimos comerciales, vendibles, rentables abundan en las avenidas del engaño publicitario, consumista e inhumano.

                                                                       ***

Cada establecimiento, ya sea restaurante, comida rápida, ferias, asimila la inútil presencia de televisores que publiciten sus productos y precios, sus colores, sus logos, sus ofertas de origen y fin dudoso. Y así mismo cada consumidor asimila el extraño significado de modernidad, actualidad, originalidad que estos “sugieren”, llevándome a las primeras décadas del siglo pasado, donde la llegada del cine mudo fue símbolo de “desarrollo” en un país donde entre el 70 y 90% de los adultos era analfabeta. Los intentos por acercarse a la realidad han fracasado, el fin de cada año es la búsqueda incesante de la apariencia epidérmica. La “artificialidad” es un principio, un valor, parte inmanente de la moral del siglo XXI.

                                                                       ***

Me pregunto entonces, si según Gastón Bachelard el significado de la existencia es tan nimio como La llama de una vela, cómo pasamos de una existencia radiante, natural, holográmica, a la imagen persistente, insistente, reiterativa y eléctrica de la virtualidad absoluta, donde los artefactos, los abalorios, las protuberancias son condicionantes de la conducta y aptitud del –ente- humano.

 
 

miércoles, 4 de abril de 2012

Frases como imágenes dispersas.


Eres la violeta desmembrada que navega dentro, cerca de las sienes. La versión inédita de la vida extendida.

Indudablemente ha viajado un silencio, poco aparente, entre los dos. Entonces sólo te miro callar, pues también tu manera de callar en una versión inhóspita de la muerte.

La historia de la patria recuerda que un ser puede ser tierra que germina.

El recuerdo de una voz reconstruye la musicalidad de los ríos. -Pestañas de inalterable gesto-.

El espacio se difumina en ausencia, todo cesa, todo cede.

Pensar en Dalí es afirmar que la vida es profundamente relativa.

Pensar en Whitman es afirmar que tu rostro se ha confinado al rostro de la poesía

Querer crear para vivir dos veces es la afirmación absoluta del descenso.

¡Con qué facilidad da el humano su espíritu!

¡Con qué facilidad se impone la costumbre y la carencia!

Con cuanta facilidad, la segunda persona de innumerables sujetos, se hace primera persona, aprehendiendo la arbitrariedad del lenguaje, con la que tu mirada y mi mirar modulan en absoluto secreto

viernes, 9 de marzo de 2012

La metáfora del amar.

El teatro es la representación más cercana del vivir mundano. Lleno de paradojas, confrontaciones, vicios, momentos elevados y descensos. La diferencia entre estos es la metáfora. Ciertamente si la vida es una acción continua, que conlleva a una actuación, el teatro es entonces la representación de éstas, enriquecido por el lenguaje. Y muchos más si está dotado del germen barroquista, como en Shakespeare, donde si se ama es con la expresión máxima del amor, y si se aborrece es desde la cúspide del odio, que pesa lo que una libra de carne humana, y si no preguntémosle a Shylock.