“A veces las cosas más
tontas nos complican la vida”.
¿Son las alucinaciones
pequeños detalles?
¿Es la abstracción un
detalle pequeño?
¿Es el temor a la existencia
o el despojo un pequeño detalle?
El inquilino supone el
cuestionamiento del Ser. La convicción del futuro desde el presente que
transcurre, pero no como un vano ejercicio de autoayuda, sino por la inevitable
desconfianza de lo que somos y podemos ser desde nosotros hacia el entorno.
Cómo somos ciudades y a la
vez pertenecemos a éstas.
El inquilino es el temblor
ante el fracaso; fracaso inducido por la soledad, el desgane.
Mario,
el protagonista de El inquilino, se ha detenido y sumido en el torbellino de un
viaje que supuso dejarlo todo y saberse otro, a pesar del entorno inmutable que
lo rodea.
“Sólo en mi semejante me
trasciendo” –Octavio.Paz-
El lenguaje de Javier Cercas
es sencillo, pero no puede ser simple, justamente porque está atado a lo
humano. Sus narraciones son como días: no breves, no extensos; tal como los
días.
Esta novela, evidentemente,
no es un diario. Es como una doble voz; una de tono omnisciente/omnipresente,
otra con el acento de la cotidianidad. La que vive y se comunica con su
entorno.
Es
necesario un conflicto. La llaneza de la vida de Mario lo conduce a la
necesidad de crearse un ¿Mario y yo?, cual ¿Borges y yo? Donde uno sea quien
muestra un rostro, un oficio, una vida… Y otro que apenas es una sombra, pero
que no puede desertar. Necesita, en algún momento, reflejarse, surgir,
responder, incluso saberse uno más, triplicarse, idealizarse: exorcizarse.
En ocasiones, el humano necesita salir de sí para habitarse.
A
propósito de la lectura:
“Ciegamente
reclama duración el alma arbitraria
Cuando
la tiene asegurada en vidas ajenas,
Cuando
tú mismo eres el reflejo y la réplica
De
quienes no alcanzaron tu tiempo
Y
otros serán (y son) tu inmortalidad en la tierra”.
Jorge Luis Borges
Inscripción en cualquier sepulcro.
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