lunes, 10 de septiembre de 2012

La imagen ante la imaginación.


Anteojos sin ojos.

El mensaje que se ofrece y da avisos de su existencia reposa entre solapas varias. Pero apenas son asomos, para que se imponga es necesario, como refiere Sergio Pitol, que se adhiera al ser, que transgreda la vista, que dilate los sentidos y que sean estos últimos víctimas de un estímulo total, vital. He ahí el mensaje que sólo busca adherirse al hombre tras la asimilación del ser. Una manera de tocarse y hacerse consciente de la existencia de algo que va más allá de la materia.

Por otro lado está el mensaje autoritario y poco sensitivo, ese que oprime la vista y el audio. Es un mensaje que no transgrede los sentidos, se apodera de dos, mutila espacios para la sugerencia, imaginación, deducción, supuestos, connotación. La imagen como “ente”, cargado de realidad y si es posible “tangibilidad”, ésta como la condición de los objetos incapaces de simbolizar.

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El humano, en su deseo infinito por desvalorizar y no revalorizar, destituye del reino de la comunicación al libro. ¿Ha sido parte de la comunicación alguna vez o sólo ha logrado transcender en un par de manos escribanas? Quizás haya abandonado su utilidad para volcarse en las no delimitaciones del lenguaje.

De repente me hago consciente de mi entorno, miro las vallas y advierto que la imagen del libro es ausente, que el verbo “leer” es un arcaísmo. Los rostros, en cambio, los cuerpos, los artefactos y multitud de sinónimos comerciales, vendibles, rentables abundan en las avenidas del engaño publicitario, consumista e inhumano.

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Cada establecimiento, ya sea restaurante, comida rápida, ferias, asimila la inútil presencia de televisores que publiciten sus productos y precios, sus colores, sus logos, sus ofertas de origen y fin dudoso. Y así mismo cada consumidor asimila el extraño significado de modernidad, actualidad, originalidad que estos “sugieren”, llevándome a las primeras décadas del siglo pasado, donde la llegada del cine mudo fue símbolo de “desarrollo” en un país donde entre el 70 y 90% de los adultos era analfabeta. Los intentos por acercarse a la realidad han fracasado, el fin de cada año es la búsqueda incesante de la apariencia epidérmica. La “artificialidad” es un principio, un valor, parte inmanente de la moral del siglo XXI.

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Me pregunto entonces, si según Gastón Bachelard el significado de la existencia es tan nimio como La llama de una vela, cómo pasamos de una existencia radiante, natural, holográmica, a la imagen persistente, insistente, reiterativa y eléctrica de la virtualidad absoluta, donde los artefactos, los abalorios, las protuberancias son condicionantes de la conducta y aptitud del –ente- humano.

 
 

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