Calle Corrientes de Buenos Aires. |
Los
libros son silencios, ausencias...
El tiempo no se detiene cuando nos imbuimos;
se destila en miríadas palabras, que mientras nos
acercan al humano, nos alejan del mundo.
En
la página que ante nosotros brota, nos aferramos al horizonte de la oscura
línea que se transforma en sílabas, en la misma medida en la que nos hundimos en
un pozo de tinta seca.
Son
la voz universal, la voz del humano, Lo bello, Lo cierto, El silencio, Lo
trágico, Lo ficticio, incluso Lo cómico. Son el silencio del mundo, y la
consecuencia del ruido que supone estar vivo.
El
engranaje del sustantivo buscando un verbo que desee conjugarse (seguramente
hacen el mayor estrépito de la industria verbal). Sí, los verbos sólo se flexionan ante el
sentir. Por eso los libros son el verbo idealizado de la humanidad.
Librería Ateneo de Buenos Aires. |
Los
libros son continentes.
In-medibles extensiones de letras que no ceden a la mar
del tiempo.
Innumerables extensiones de letras abrazando cuerpos, sobrepasando
las edades del descenso humano, incluso la metamorfosis contínua del ser.
El Gran Splendid de Buenos Aires. |
Los
libros son el resultado de la humanidad.
La muestra tangible de la existencia del hombre. Son en sí mismos
y para otros. Navegan sin sumergirse en la ola de las horas, en la tormenta de
los siglos. Son la consecuencia de los que callan, de los cuerpos que se
ocultan, se abstraen. Son la muestra del anhelo del hombre, cual astro celeste,
por permanecer.
Los
libros no pertenecen, por ello no se plegan a la aceras.
Los
libros no vienen a salvar al hombre, por ello nunca serán beatificados. Son la
metáfora más sublime de la muerte. Y porque están vivos, tienen rostros y
palpitan, cual ciudades.
Sostienen
por días los pesares del lector, y por siglos las resignaciones de la
humanidad.
Se
cierran, callan y en la mansedumbre de los días, inconformes, esperan por otras
manos con nuevas formas de rozar su piel.
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